Gal 5:17 Porque
el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la
carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.
En menos de un mes tendrá inicio uno de los
eventos deportivos más populares en la historia del atletismo mundial; Los
juegos olímpicos. Atletas de todo el mundo, se reunirán en un lugar para
participar y competir en diferentes disciplinas, en las cuales solo uno de los
participantes se llevara la medalla de oro, simbolizando el mejor. Aun sabiendo
que las posibilidades de obtener tal distinción pudiera ser lejana, eso no
impide a los atletas prepararse minuciosa y a veces hasta dolorosamente para las competencias.
Trabajan incansablemente por cuatro años por esos pocos días de gloria.
Si bien la medalla de oro es el sueño de
todos, para la gran mayoría, sin embargo la menta principal es cumplir con la
competencia, es la propuesta de comenzar el desafío puesto delante del atleta y
no importa las circunstancias, llevar a cabo cada paso que la disciplina
requiere hasta llegar a la meta. Este es probablemente el aspecto más admirable
de todos por encima de que haya una medalla o no. Recuerdo muy bien un evento
conmovedor de los Juegos Olímpicos en Los Ángeles en 1984; aun miles de
personas lo recuerdan y no porque se trate de una medalla de oro; se trata de
lo que sucedió durante la Maratón femenina. La entrada triunfal de la primera
mujer en arribar al estadio fue emocionante, pero creo que la mayoría de los
que presenciamos el evento por TV alrededor del mundo entero no podemos
recordar quien fue, pero si hay algo en nuestra memoria imposible de olvidar:
la ultima joven en llegar al estadio. Este momento fue conmovedor hasta las lágrimas.
Desde televidentes hasta los que estaban en el estadio prorrumpimos en gritos
de alientos y estimulo para esta joven que agonizando de dolor por los
calambres en sus piernas, las arrastraba con una determinación titánica sobre
la pista de carrera, para poder llegar a la meta. El dolor físico que la mirificaba,
distorsionaba aun su rostro, pero cuando el estadio entero se puso de pie por
ella, lagrimas comenzaron a rodar en sus mejillas y continuo hasta que
finalmente cayó en los brazos de alguien que la recibió en la línea de llegada.
La ceremonia de las medallas quedo en segundo plano y esta victoriosa joven
paso a la posteridad por su ejemplo de determinación y entrega a la meta que tenía
delante de ella.
El Espíritu dice en Hebreos 12:4 Ustedes
no han resistido hasta el punto de derramar su sangre en la carrera contra el
pecado.(versión Kadosh).
Los hijos de Dios, no tenemos que
esperar cuatro años para vernos envueltos en una lucha o competencia por ganar.
La competencia de la que hablo se lleva a cabo en nuestro interior, y es de carácter
permanente mejor dicho diaria. Cada mañana al despertar, abrimos los ojos a un
nuevo desafío espiritual, donde la meta es glorificar a Cristo con nuestras
vidas, sin embargo entre la meta y nosotros encontramos en nuestro propio
interior todos los impedimentos imaginables para lograrlo. Los obstáculos
provienen de la carne cuya vida residual aun opera en nosotros. A pesar de lo
desmoralizador de esta realidad, las Escrituras afirman de principio a fin lo
que el comentario Geneva describe tan claramente "la carne mora en
nosotros, pero el Espíritu reina" de modo que no interesan las
circunstancias, el dolor o la magnitud del esfuerzo, la victoria que consiste
en llegar a la meta está garantizada. Existe sin embargo una pequeña condición,
y es que la carrera se lleve a cabo en el Espíritu. Eso implica que mi primer
alimento en la mañana debe ser la lectura meticulosa de la Palabra de Dios,
seguida de oración que gime, intercede, agradece, alaba y glorifica a Dios en
una actitud de consagración que voluntariamente se ofrece en un altar para que
el ego, el yo energizado por la carne, sea destruido y el Espíritu que reina en
mi sea preeminente y me levante y me controle gloriosamente.
Cuando vivía sin Cristo, la culpa
era mi permanente compañera, era deprimente pero no tenia control alguno; pero además
en muchos casos hice, dije y pensé cosas de las cuales no tenía idea cuan
ofensivas eran delante del Dios Santo que llegué a conocer más tarde.
Ahora que el Espíritu reina en mi, su luz, su inspiración,
sus revelaciones, su consuelo y su poder obran en mi interior. Por medio de Su
obra en mi, puedo entender la voluntad universal de Dios y sus principios, pero
también Su voluntad particular para mi vida. Puedo entender muy bien mi falta
absoluta de capacidad para agradar en Dios en mis propios esfuerzos. Puedo
entender muy bien la dimensión del Poder que a través del Espíritu, opera en mí.
El poder creador descripto en Génesis 1, el Poder que resucitó a Jesús de los
muertos, ese mismo poder reina en mí. Ese poder ha sido puesto en mí como un
sello porque Dios me ha amado de tal manera, que no solo dio a Su Hijo
Jesucristo como paga por mis pecados, sino que me garantiza que mi vida está en
El y nada ni nadie podrá arrebatarme a mí de Su mano.
La meta final mía como la de todos
es el cielo, si Jesucristo es tu Salvador personal; eso está garantizado. Pero
mi meta y tu meta aquí, es glorificarlo a Él. Esa meta no será alcanzada sin
lucha, sin dolor, sin lágrimas, sin eventuales derrotas, sin persistencia. La
meta no es tampoco sin corona, pues en esta carrera contra el pecado no importa
quien llega primero, pues Dios corona a TODOS los que llegan. Como aquella
muchacha en su maratón, aunque
hay una corona de laureles, que
hermosa y gloriosa que Dios tiene preparada para honrar aquellos que no
son necesariamente los mejores, sino aquellos que son llamados fieles.
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