sábado, 2 de junio de 2012

La maratón de mi corozón


Gal 5:17  Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.

En menos de un mes tendrá inicio uno de los eventos deportivos más populares en la historia del atletismo mundial; Los juegos olímpicos. Atletas de todo el mundo, se reunirán en un lugar para participar y competir en diferentes disciplinas, en las cuales solo uno de los participantes se llevara la medalla de oro, simbolizando el mejor. Aun sabiendo que las posibilidades de obtener tal distinción pudiera ser lejana, eso no impide a los atletas prepararse minuciosa y a veces  hasta dolorosamente para las competencias. Trabajan incansablemente por cuatro años por esos pocos días de gloria.

Si bien la medalla de oro es el sueño de todos, para la gran mayoría, sin embargo la menta principal es cumplir con la competencia, es la propuesta de comenzar el desafío puesto delante del atleta y no importa las circunstancias, llevar a cabo cada paso que la disciplina requiere hasta llegar a la meta. Este es probablemente el aspecto más admirable de todos por encima de que haya una medalla o no. Recuerdo muy bien un evento conmovedor de los Juegos Olímpicos en Los Ángeles en 1984; aun miles de personas lo recuerdan y no porque se trate de una medalla de oro; se trata de lo que sucedió durante la Maratón femenina. La entrada triunfal de la primera mujer en arribar al estadio fue emocionante, pero creo que la mayoría de los que presenciamos el evento por TV alrededor del mundo entero no podemos recordar quien fue, pero si hay algo en nuestra memoria imposible de olvidar: la ultima joven en llegar al estadio. Este momento fue conmovedor hasta las lágrimas. Desde televidentes hasta los que estaban en el estadio prorrumpimos en gritos de alientos y estimulo para esta joven que agonizando de dolor por los calambres en sus piernas, las arrastraba con una determinación titánica sobre la pista de carrera, para poder llegar a la meta. El dolor físico que la mirificaba, distorsionaba aun su rostro, pero cuando el estadio entero se puso de pie por ella, lagrimas comenzaron a rodar en sus mejillas y continuo hasta que finalmente cayó en los brazos de alguien que la recibió en la línea de llegada. La ceremonia de las medallas quedo en segundo plano y esta victoriosa joven paso a la posteridad por su ejemplo de determinación y entrega a la meta que tenía delante de ella.

El Espíritu dice en Hebreos 12:4  Ustedes no han resistido hasta el punto de derramar su sangre en la carrera contra el pecado.(versión Kadosh).
Los hijos de Dios, no tenemos que esperar cuatro años para vernos envueltos en una lucha o competencia por ganar. La competencia de la que hablo se lleva a cabo en nuestro interior, y es de carácter permanente mejor dicho diaria. Cada mañana al despertar, abrimos los ojos a un nuevo desafío espiritual, donde la meta es glorificar a Cristo con nuestras vidas, sin embargo entre la meta y nosotros encontramos en nuestro propio interior todos los impedimentos imaginables para lograrlo. Los obstáculos provienen de la carne cuya vida residual aun opera en nosotros. A pesar de lo desmoralizador de esta realidad, las Escrituras afirman de principio a fin lo que el comentario Geneva describe tan claramente "la carne mora en nosotros, pero el Espíritu reina" de modo que no interesan las circunstancias, el dolor o la magnitud del esfuerzo, la victoria que consiste en llegar a la meta está garantizada. Existe sin embargo una pequeña condición, y es que la carrera se lleve a cabo en el Espíritu. Eso implica que mi primer alimento en la mañana debe ser la lectura meticulosa de la Palabra de Dios, seguida de oración que gime, intercede, agradece, alaba y glorifica a Dios en una actitud de consagración que voluntariamente se ofrece en un altar para que el ego, el yo energizado por la carne, sea destruido y el Espíritu que reina en mi sea preeminente y me levante y me controle gloriosamente.

Cuando vivía sin Cristo, la culpa era mi permanente compañera, era deprimente pero no tenia control alguno; pero además en muchos casos hice, dije y pensé cosas de las cuales no tenía idea cuan ofensivas eran delante del Dios Santo que llegué a conocer más tarde.

 Ahora que el Espíritu reina en mi, su luz, su inspiración, sus revelaciones, su consuelo y su poder obran en mi interior. Por medio de Su obra en mi, puedo entender la voluntad universal de Dios y sus principios, pero también Su voluntad particular para mi vida. Puedo entender muy bien mi falta absoluta de capacidad para agradar en Dios en mis propios esfuerzos. Puedo entender muy bien la dimensión del Poder que a través del Espíritu, opera en mí. El poder creador descripto en Génesis 1, el Poder que resucitó a Jesús de los muertos, ese mismo poder reina en mí. Ese poder ha sido puesto en mí como un sello porque Dios me ha amado de tal manera, que no solo dio a Su Hijo Jesucristo como paga por mis pecados, sino que me garantiza que mi vida está en El y nada ni nadie podrá arrebatarme a mí de Su mano.

La meta final mía como la de todos es el cielo, si Jesucristo es tu Salvador personal; eso está garantizado. Pero mi meta y tu meta aquí, es glorificarlo a Él. Esa meta no será alcanzada sin lucha, sin dolor, sin lágrimas, sin eventuales derrotas, sin persistencia. La meta no es tampoco sin corona, pues en esta carrera contra el pecado no importa quien llega primero, pues Dios corona a TODOS los que llegan. Como aquella muchacha en su maratón, aunque  hay una corona de laureles, que  hermosa y gloriosa que Dios tiene preparada para honrar aquellos que no son necesariamente los mejores, sino aquellos que son llamados fieles.  

Señor, en tu palabra me levanto hoy a proseguir esa meta, pero antes quiero poner mi yo en el altar del sacrificio vivo, para que me renueves en mi interior y al final del día caiga en tus brazos donde me corones con tu beso de aprobación.

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