Romanos 4:20-21 (Abraham)Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció por la fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido.
No tengo dudas de que yo no soy la única persona que a pesar de ser Hija de Dios, más de una vez, por las circunstancias que me han tocado vivir, mi fe se ha visto sacudida hasta casi sucumbir. Con las últimas fuerzas con las que contaba hice lo que tenía que hacer: buscar el consejo de Dios. Lo hice a través de las Escrituras, compartiendo con hermanas, oyendo la voz de mis pastores, a veces prendiendo la radio en mi automóvil para escuchar simplemente música. Y a su tiempo Dios me habló y así me fortaleció.
La dinámica de la fe, requiere mucho y requiere muy poquito. Esta paradoja es una de las tantas que son reales en la vida de los hijos de Dios por medio de la fe en su Único Hijo Jesucristo. Cuando ya no queda ninguna razón o evidencia para cree, Dios me pide que crea. La aplastante realidad de las circunstancias es como las toneladas de escombros acumulados sobre el sobreviviente de un terremoto. El poco espacio del que dispone, solo le permite expandir su tórax para respirar y lo hace porque se aferra a la esperanza de que el socorro va a llegar, por lo tanto, el doloroso peso de cemento y los metales no le impiden continuar sobreviviendo, porque no solo esta sobreviviendo, la verdad es que está esperando. Cada bocado de aire duele, pero en cada uno de ellos hay vida suficiente para aguardar el rescate. Cada bocado de aire los cuales tomamos cotidianamente, de manera inconsciente desde el día en que entramos en este mundo, de por los que jamás tuvimos que preocuparnos ni ocuparnos ya son automáticos, ahora uno tras otro se tornan vitales hasta que ese momento llegue.
Algo tan cotidiano como un respiro de repente se torna trascendente. Así es la fe. El sobreviviente espera un potencial rescate. ¿Qué espero yo?, ¿Qué esperamos aquellos que somos desafiados por circunstancias escalofriantes? ¿Qué esperaba Abraham cuando Dios le prometió que él sería una nación, cuando él ya era demasiado viejo y Sara su esposa era estéril? Él esperó en la promesa de Dios porque estaba plenamente convencido de que Dios es poderoso para hacer todo lo que había prometido.
Yo espero en las promesas, plenamente convencida de que Dios es poderoso para hacer todo lo que ha prometido. ¿Es eso humanamente posible? No, es por eso que somos testigos, de las dramáticas determinaciones de muchos que si sucumben. ¿ Y entonces qué? Pablo lo aclara en Gálatas 2:20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. Hay una versión de las Escrituras llamada “Kadosh” que no uso con frecuencia pero la traducción de este versículo me encanta. Así es como ésta versión relata Galatas2:20 Cuando el Mashíaj fue ejecutado en la estaca como un criminal, yo también lo fui; así que mi soberbio ego ya no vive. Pero el Mashíaj vive en mí, y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por la misma confianza en la llenura de fe que tenía el Hijo de YAHWEH, el cual me amó y murió por mí. En la versión Reina Valera 2004 que es el texto que cité primero, a propósito marque la interjección del . La fe que tengo no es humana, mi fe humana fue suficiente para llevarme a buscar a Dios para que Él me salve. Desde el momento que me salvó y me dio nueva vida, su Hijo vino a residir corporalmente en mí por medio del Espíritu Santo, su residencia es permanente, por lo tanto mi fe no es más la mía, humana, frágil, vulnerable destructible. Ahora tengo la fe de Cristo en mí. Hay muchos otros pasajes en las Escrituras que confirman este principio doctrinal, yo no lo voy a abordar ahora. Pero mi fe es Divina, Dios mismo la plantó en mí, la fe de Jesucristo es la que opera en mí, no solo la fe en Él, sino la fe de Él.
Además creo, es decir mi fe está depositada y descansa, en las promesas que Él ha pronunciado. No hay situación en la vida de los hombres en la cual no pueda encontrar una promesa específica que asegure su Preciosa intervención, su oportuno socorro, su poderoso rescate, su confortable sanidad, su absoluta limpieza, su divino perdón.
Es así de simple, mi fe es Su fe. Mi esperanza: Sus promesas. Todo proviene de Él. Con todo, mi carne débil y corrupta lucha dentro de mí por ganar esta batalla. Ahí es donde se requiere mi titánico esfuerzo; ante qué presión voy a claudicar. ¿La realidad que me acongoja? ¿O la fe de Cristo que me vivifica? Una vez resuelta esa batalla en la esfera de mi voluntad, lo demás es como mí respirar cotidiano. Y así con cada bocado de fe aunque pequeño, mi Dios es glorificado y Su propósito en mi vida entonces se cumple de modo integral.
Querida amiga, no hemos sido dejadas huérfanas, lo dijo Jesús, el gran Consolador está en ti, no temas por tu fe, esta jamás será vencida Porque mayor es El que está en nosotros que el que está en el mundo, 1 Juan 4:4
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